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Liza Ambrossio

La etapa bruja

Las personas con heridas se reconocen entre sí. En La etapa bruja se concatenan simbolismos complejos como elaboraciones de psicosis latentes. Una base autobiográfica, real o ficticia, posiciona como mito fundacional de la serie el momento en la infancia de Liza Ambrossio en el norte de México, cuando vio en la televisión a un grupo de mujeres que lloraban paroxísticamente el asesinato de sus hijas. Según el relato de Ambrossio, las chicas habían sido atraídas por anuncios publicados en los periódicos y en las calles buscando a mujeres bellas: jóvenes, altas y delgadas.

Los feminicidios, la atmósfera de miedo y la sensación de desprotección se convierten entonces en esas heridas en las que nos reconocemos mutuamente: dos niñas mexicanas, hacia el fin de siglo, rodeadas por historias de violencia, raptos y desapariciones.

Freud denominó etapas a las distintas fases del desarrollo psicosexual de los sujetos, presuponiendo como prototipo de subjetividad universal al adulto varón burgués de la Europa occidental de su tiempo. La etapa bruja ironiza los principios del mandato psicoanalítico, pues parte de la necesidad de encontrar, mediante la imagen, posibles conjuros frente a la abyección de la necropolítica circundante. Se plantea entonces una etapa bruja en la que, conmocionada frente al televisor, la niña huye y se elabora a sí misma en los territorios del delirio.

Lejos de ser capturadora de una imagen de la realidad, la mirada de Ambrossio es constructora de artificio. La exposición, por tanto, no intenta crear un discurso, sino estados mentales como respuesta a una visualidad intensa y sugerente.

Hay un cierto morbo en las capas profundas de la imagen, un placer irresuelto en relación con el miedo forcluido. Pesadillas, ceguera, distorsión mental, memorias, obsesiones, excesos… la puesta en escena establece una dialéctica entre la develación y el ocultamiento, generando cruces de misterio y voyerismo.

El ero-guro-nansensu (adaptación a la fonética japonesa de las palabras erotic-grotesque-nonsense) está en la base del trabajo de Ambrossio no como “estilo”, sino como la herramienta poética que le permite acariciar temas tabú desde la arbitrariedad de derivas psico-poéticas no administradas, dando como resultado una estética inquietante que sacude las convenciones del buen gusto minimalista, así como de toda una gama de lenguajes visuales que empiezan a agotarse en su respuesta hacia los entornos de dolor, trauma y descomposición social. Las imágenes atacan con efectividad guerrillera confrontando al espectador, que queda sin tiempo (ni espíritu) para la disección o la referencialidad.

Desde su patetismo y ritualidad, las imágenes de Ambrossio no piden lectores sino cómplices; en ellas habita una profusión de ambientes y objetos como huellas de la lucha constante con los fantasmas que la artista postula como acontecimientos primigenios de su subjetividad creadora: infancia, decadencia, dolor, opulencia, abandono, deseo, muerte…

El auge de la bruja como figura de referencia para el feminismo actual remite a un momento oscuro de la historia occidental, en la que el exterminio sistemático de mujeres coincidió con el desarrollo de un nuevo orden económico e introdujo un ajuste en los modelos de reproducción social. Lejos de las reivindicaciones del arte “político” o “militante”, la propuesta de Ambrossio coloca a la bruja en el centro de un sistema que genera semiosis diferentes y subvierte ciertos regímenes estéticos en pos del escapismo poético hacia un corazón de las tinieblas que no es finalidad, sino proceso.

 

Diana Cuéllar Ledesma

Liza Ambrossio. Ciudad de México, 1993. Vive y trabaja entre París, Madrid y México. Es autora de los proyectos La ira de la devoción y Naranja de sangre.

Diana Cuéllar Ledesma. Puebla, México, 1986. Es comisaria, escritora y profesora universitaria. Vive y trabaja entre Madrid y México.

Más aqui: https://lizaambrossio.com/